A mí me gustó Birdman, a
pesar del choto de Keaton, porque me parece que es una película
transgénero (parece realista y en realidad es fantástica). Y
me dan
gracia los que se ofenden por el diálogo con la crítica de teatro,
ese en el que la veterana queda como una esnob cerrada porque admite
que formó su juicio antes de ver la obra. Yo creo que es el momento
de mayor sinceridad de la película, mucho más que la
escenita en la que Edward
Norton confiesa que histeriquea a la rubia por deporte. ¿Quién no
se ha guiado por un prejuicio antes leer un libro, ver una puesta de
teatro, mirar una peli, escuchar un disco? A veces cambiamos de
opinión, sí, después de enfrentarnos a la obra en sí. Pero la
mayoría de las veces, no. Porque directamente, no nos enfrentamos a
ella. Ya sabemos que va a ser mala: por quién la dirige, por su
género, por el circuito en que se presenta. La
señora crítica simplemente se lo dice en la cara al outsider que
quiere destacarse en un ámbito selecto en base a plata: no voy a ver
su obra porque usted es un terraja. Y, aunque pueda equivocarse, esta
vez tiene razón: la versión de Carver que dirije Birdman es una
cagada. Como todos esos discos de cumbia que no voy a escuchar,
calculo. Como todas esas series sobre detectives o mafiosos. Como
todas esas novelas de señoras felices o infelices.
¿Qué pasa? ¿Está mal tener prejuicios si uno es crítico? Son de las pocas cosas que nos sostienen. Se podrá luchar contra ellos, si hay ganas y si sirve. Pero negarlos es infantil, equivocado y deshonesto. Y además, no hay tiempo para ver todo.
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