domingo, 22 de febrero de 2015

El punto ciego de la crítica

A mí me gustó Birdman, a pesar del choto de Keaton, porque me parece que es una película transgénero (parece realista y en realidad es fantástica). Y me dan gracia los que se ofenden por el diálogo con la crítica de teatro, ese en el que la veterana queda como una esnob cerrada porque admite que formó su juicio antes de ver la obra. Yo creo que es el momento de mayor sinceridad de la película, mucho más que la escenita en la que Edward Norton confiesa que histeriquea a la rubia por deporte. ¿Quién no se ha guiado por un prejuicio antes leer un libro, ver una puesta de teatro, mirar una peli, escuchar un disco? A veces cambiamos de opinión, sí, después de enfrentarnos a la obra en sí. Pero la mayoría de las veces, no. Porque directamente, no nos enfrentamos a ella. Ya sabemos que va a ser mala: por quién la dirige, por su género, por el circuito en que se presenta. La señora crítica simplemente se lo dice en la cara al outsider que quiere destacarse en un ámbito selecto en base a plata: no voy a ver su obra porque usted es un terraja. Y, aunque pueda equivocarse, esta vez tiene razón: la versión de Carver que dirije Birdman es una cagada. Como todos esos discos de cumbia que no voy a escuchar, calculo. Como todas esas series sobre detectives o mafiosos. Como todas esas novelas de señoras felices o infelices. 

¿Qué pasa? ¿Está mal tener prejuicios si uno es crítico? Son de las pocas cosas que nos sostienen. Se podrá luchar contra ellos, si hay ganas y si sirve. Pero negarlos es infantil, equivocado y deshonesto. Y además, no hay tiempo para ver todo.
 

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