sábado, 31 de diciembre de 2011

Tres antiartiguistas

En un año en el que el nacionalismo arreció por el lado futbolero y alentó disparatados excesos presidenciales, como ese de pedir que nos sacrificáramos -¿por qué? nadie sabe- tal como hizo "el mejor de nosotros", por suerte sigue habiendo contras inteligentes y divertidos. Pero ya no se trata del Cuarteto de Nos, sino de libros. Lo que sigue es parte de un artículo más largo que salió en el número de fin de año de la diaria, que como hace 6 años volvimos a bautizar la anuaria y que se puede descargar gratis acá.
* * *

Hoy ya no es muy sensato cuestionar el estatuto del estado uruguayo -que tal vez no tenga 200 años de historia, pero debe pasar los 150-, pero en cambio aparecieron tres libros que buscan desestabilizar al gran pilar de la mitología independentista.

Oportunamente, el más notorio rebelde de la historiografía contemporánea, Guillermo Vázquez Franco, reeditó una de sus obras fundamentales, Francisco Berra: la historia prohibida (Ediciones Mendrugo). Como en Mitos de la historia, donde parte de Real de Azúa, aquí Vazquez Franco también utiliza brevemente a un colega que lo precede -en este caso, a Berra, cuya visión de la historia patria fue censurada en el gobierno de Máximo Santos- para plantear su propia versión de la verdad histórica.

Dos asuntos fundamentales lo obsesionan: la ilegalidad y la traición que supone la Convencion Preliminar de Paz, en la que, "desde afuera", se decreta la separación del territorio oriental respecto a lo que sería Argentina- y el carácter totalmente covencional de la figura de Artigas como héroe nacional. Para Vázquez Franco, llega a serlo "por descarte", porque es la única figura "neutra" que pueden rescatar tanto colorados como blancos. Pero Artigas, en realidad, no habría sido un gran líder, sino uno más de los varios caudillos locales que terminaron atentando contra la unidad del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Inventado a posteriori como un visionario político a partir de la atribución de frases contradictorias, el Artigas de Vázquez Franco es más bien el de la leyenda negra argentina: latifundista, bandolero, ineficaz, porteñofóbico, pero resultaba necesario algún mito fundacional para que las clases dominantes de finales del siglo XIX justificaran la viabilidad de la unidad administrativa llamada "República Oriental del Uruguay".

Divertido en su radicalidad antiartiguista, Vázquez Franco prodiga perlas. Una que podría ofender a los que ahora le adosan al terreno de Purificación el oxímoron de "templo laico": para este historiador, ese campamento artiguista y el del Ayuí deben haberse "asemejado bastate a tolderías" dado el desorden y la improvisación que marcaron todas las empresas artiguistas.

El empeño con el que Vázquez Franco proclama lo absurdo de nuestra secesión de Argentina (y si los hechos consumados lo contradicen, la lengua le da la razón) hace pensar a veces que el historiador añora un universo paralelo. Exactamente eso es lo que propone Ramiro Sanchiz con La vista desde el puente (Estuario), pero lo que imagina difícilmente complazca al veterano historiador: en la novela, atrapante, Artigas triunfa militarmente sobre Buenos Aires y sobre el Imperio Brasileño, y la Liga Federal se vuelve un hecho bajo el nombre de Uruguay, aunque luego pierda algunas provincias en una guerra contra Rosas.

La novela no se desarrolla en el pasado, sino en el presente, y su tema principal son dos investigaciones (sobre unos crímenes contra la comunidad charrúa, que es fuerte en Corrientes y sobre los últimos días del padre del protagonista, un historiador), pero la figura de este Artigas alternativo es duramente castigada: en sus últimos años, al igual que el Hitler que imaginó PK Dick en El hombre en el castillo, enloquece y deshace gran parte de sus conquistas políticas.

"Es absurdo que a los escolares uruguayos se les enseñe a creer que Dios bajó a la tierra en la forma de Artigas, que hay un 'ideario artiguista', que faltaría nada más rezarle todas las mañanas al 'protector de los pueblos libres' ", escribe Sanchiz, pero también podría firmarlo Vázquez Franco.

Ya El padre nuestro Artigas (Estuario), trabajo en colaboración del fotógrafo Martín Atme y el semiólogo Fernando Andacht, tal vez le resulte demasiado sofisticado a Vázquez, anuque comparta sus objetivos desmitificadores. Lo que el dúo emprende es la demostración, por la vía del registro en imágenes, del carácter absolutamente representacional de la figura de Artigas. Ingenioso, inquietante, gracioso, el libro sorprende y confronta pares desparejos de Artigas en estatuas, cuadros, graffitis, billetes.

Posiblemente Vázquez notaría un desliz de Andacht: comentando un busto muy feo, anota que Artigas aparece "luciendo un gesto irreconocible" y con "los rasgos alterados por la pésima factura", dando a entender que en alguna parte hay representaciones fieles, "fotográficas", del hombre que dio tanto trabajo dio este año.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Radio Carver

Después de 15 o 20 años -soy así de lento- creo que me dí cuenta. Siempre me había preguntado por qué el protagonista de un cuento de Raymond Carver (ya me acordaré cuál) entraba a un bar y pedía RC Cola para mezclarla con no sé qué. ¿Por qué no Coca-Cola? Por algún impedimento comercial. De contra, de repente. Tal vez para hacer una guiñada local: por ahí en su circuito de pubs la RC Cola -que existe o existió: eso lo averigüé en su momento- era una costumbre de parroquianos. Acá, en el Sporting, hay una bebida gomosa que sirve para hacer una cosa llamada Cóctel-Cola. Quién sabe si no harían algo así con la RC Cola. Pero ayer, viendo un comunicado de otro escritor, uno del paisito, que no tiene nada que ver con Carver, me resultó obvio.

RC eran las iniciales de Carver.

Brindo con JG Lager. Feliz 2012.

sábado, 15 de octubre de 2011

Gran predictor

The War is going to be All Right, my son. The English Language is safe to be the world language. The very Germans will treat their own tongue as a dialect. Goethe will be like Dunbar, or perhaps Burns. Scandinavians and Latins will cultivate English. German is a shotten herring. It’s all right…. Their only chance was to bully their language up to a cock position, and they have failed. On its own merits it hasn’t a chance.

(Carta de Walter Raleigh a John Sampson, 6 de julio de 1917)

domingo, 2 de octubre de 2011

Randroide

Hace un par de años empecé a ver el nombre de Ayn Rand por todos lados. La semana pasada exorcicé el demonio:

lunes, 13 de junio de 2011

evitceted (detective dado vuelta)

Acá está la breve reseña de Inherent Vice que publiqué la semana pasada:
http://ladiaria.com/articulo/2011/6/detective-dado-vuelta/


Quedó cortita porque no escribí "paranoia" ni "entropía" (creo).

-x-

Detective dado vuelta

A Pynchon también le debe de haber parecido que El gran Lebowski (1998) tenía mucho de sus novelas, con su profusión de hippies desnorteados, paranoia desbocada y búsquedas desenfrenadas. Así que con Vicio propio se cobró la deuda: su protagonista, igual que El Dude de la película de los hermanos Coen, la va de detective, pero le juegan en contra las lagunas mentales provocadas por su afición a la marihuana, y también algún flashback de momentos más lisérgicos. Doc Sportello es petiso y tiene un afro ridículo, pero también tiene un gran auto (un Dodge Dart) y una colección de amigos entrañables, y hastauna novieta a la que cree que tiene que rescatar. Su mundo es el mismo que habitan los personajes de Vineland (y hay varios en común, especialmente los vinculados a las banda surf The Corvairs), pero mientras que aquellos viven en plena era Reagan las pesadillescas consecuencias de sus andanzas sesentaras, Doc Sportello está ubicado en el punto justo en que "el sueño se termina": 1970, pocas semanas después de los asesinatos cometidos por el Clan Manson.

Involuntariamente, Doc descubre, en la zona más rica del planeta -entonces y ahora-, el sur playero de California, un enjambre de corrupción y violencia. "Llámalo capitalismo" se titula la excelente reseña que publicó la London Review of Books, aunque la consigna le cabe a la mayoría de las novelas Pynchon. En ésta no sólo vemos una imparable cadena de especulación inmobiliaria, sino también qué puede llegar a pasar cuando un millonario decide hacer lo único que el sistema no permite: despreciar el dinero. Pynchon nunca nombra a la bestia -nombra a otra, El Colmillo Dorado, una de esas organizaciones misteriosas que le encanta inventar-, pero todos sabemos qué es esa cosa que precisa crecer y crecer sin que importe cómo o por qué.

Como siempre, en esta novelita -tratándose de Pynchon se le puede llamar así a un libro de 400 páginas- hay también un villano, un policía que, con Hollywood tan cerca, ataca el multiempleo por el lado de la actuación. Pero si en Vineland su personaje equivalente es el mal puro, aquí el policía malo es también un hombre que no sabe bien para quién trabaja, dada la connivencia de la Policía con la mafia, ni a quién reprimir, en una situación política cambiante y confusa.

Bromitas hay muchas. Entre ellas, varias miradas escépticas hacia fenómenos que hoy nos son familiares (internet, la música portátil) y una ahumada discusión sobre la existencia de Sherlock Holmes. Las conspiraciones también abundan. Una de ellas involucra la puesta en circulación por parte de la CIA de billetes leventeme ilegales, que ilustran eventos que aún no ocurrieron.

Se dice que esta novela -titulada Inherent Vice en inglés, tal vez hubiera merecido traducirse como Vicio de origen, una expresión igualmente jurídica pero con mayor poder sugestivo- es la más accesible de Pynchon, y sin dudas es la que tiene una historia más lineal, a pesar de los agujeros narrativos que causan los desmayos de Doc Sportello. De lo que no cabe duda es de que Mr P es un viejo libertario que aunque castiga a sus héroes, sabe de qué lado está. Y de que sigue escribiendo asombrosamente: cada tanto, se suelta con alguna escapada donde une reflexiones de autopista con comentarios sobre el paisaje y especulaciones acerca del destino de la especie, todo en una sola frase, tan magistral que nos hace leerla, releerla y hasta traducirla sin parar.

miércoles, 8 de junio de 2011

RIP Semprún


Anteayer murió Jorge Semprún y escribí esto en el diario.
http://ladiaria.com/articulo/2011/6/el-largo-viaje/

Semprún dio para todos: para los apasionados por la política (con excepciones: bolches, únicamente con mucho sentido del humor), para los desilusionados de la política, para los anarquistas y, especialmente, para los que les interesa la novela ucrónica, o sea, los que les gusta todo lo anterior, más la historia y la ciencia ficción. Aristócrata, aristocrático, jugado, ácido, hábil, imaginativo. Salud.

martes, 24 de mayo de 2011

"Cerca de la revolución"

"En la confusión conseguimos llegar hasta Canal 4. No estaba vigilado. Era cónico y mucho más chico que lo que pensábamos. Entre varios hicimos palanca y levantamos la tapa de un tirón. Inmediatamente comenzó a salir una luz intensa, intensísima, en todas direcciones. Creo que dejamos de ver, o por lo menos de tener sensaciones ópticas en el sentido corriente. Más tarde nos dirían que una oleada de haces blancos cubrió la ciudad y llegó a verse desde otras ciudades. Pero todo duró instantes: un niño que pasaba -¿o venía con el grupo? no lo habíamos visto hasta entonces- golpeó la palanca. El cono retornó a su posición original y la luz cesó. Volvimos caminando solitarios, de noche, por lo oscuro. ¿Qué habíamos querido hacer?"

(Boris Gallega. Capítulo 15 de Buscan un nuevo amo.)

martes, 29 de marzo de 2011

Hijo del átomo

[Esto salió en el diario hace dos semanas. Fue una manera de exorcizar cuánto me está afectando lo de Japón. Somos muchos los que, nos interese o no, fuimos educados por ficciones apocalípticas japonesas. Entre mis recuerdos más viejos está Ultra Seven, o más bien, ver Ultra Seven totalmente aterrado pero sintiéndome protegido por el abrazo de mi viejo, que me acompañaba en aquellas sesiones de fascinación y terror, esa mezcla tan tan japo que hoy me hace temblar.

Una lectora inesperada me comentó muy contenta la nota, pero me reprochó no haber mencionado a Mazinger Z (y a Afrodita), a las versiones japonesas de dramitas occidentales (Marco, Heidi, Candy). Está bien. Hay toneladas de cosas afuera, desde Akira a Fuerza G, pasando por Evangelion y Space Firebird, por no hablar de centenas de videojuegos e historietas fugaces. Son miles y somos millones.

Mi penúltimo homenaje a Japón fue, con la plata del seguro del segundo auto que me robaron, comprarme un auténtico kei car, un Subarito del 97. Ahora creo que, si no me lo afanan, voy a quedarme por mucho tiempo con este auto mínimo, elegante, inusual, algo extraño. Y de repuestos que ya eran caros y ahora amenazan con volverse inconseguibles.

Suena todo un poco egoísta, pero ya lo dije: no soy yo solo. Hoy declararon máxima emergencia nuclear. ¿Llegará hasta acá? Hey baby, ya llegó.]





Hijos del átomo

El tsunami y la crisis nuclear son temas viejos para la ficción japonesa

No debe de haber país con una imaginación apocalíptica más intensa que Japón. Lógicamente, las catástrofes desencadenadas a partir del 11 de marzo obligaron a la suspensión de varias películas, cómics y videojuegos que tenían por tema terremotos y emergencias radiactivas. Por eso, a la repetida cuestión de por qué un país que padeció el bombardeo atómico abrazó luego con tanto entusiasmo la producción de energía nuclear podría también agregársele la pregunta acerca de la curiosa orientación que domina la ficción japonesa, especialmente la dirigida al público infantil.

Fue noticia cuando Hereafter (acá estrenada como Más allá de la vida) fue retirada de las salas de cine japonesas: la película de Clint Eastwood comenzaba con una reconstrucción del tsunami que en 2004 golpeó a varios países del sureste asiático. Otras producciones estadounidenses que todavía se pueden ver por aquí, como el film de ciencia ficción Invasión del mundo, también fueron levantadas en Japón por la similitud entre sus escenas de destrucción y las consecuencias reales del tsunami que asoló al archipiélago.

Pero más que los productos internacionales, es la industria del entretenimiento local la que más ha debido modificar contenidos o agendas de lanzamiento debido al respeto que impone la sensibilidad pos 11 de marzo. Los casos más notorios involucran producciones animadas, de acuerdo a Anime News Network. La tercera película de la serie televisiva dirigida a adolescentes Precure está siendo reeditada para eliminar escenas que recuerdan el tsunami. También una ola gigante es la responsable de que el episodio 10 de Oniichan no Koto Nanka Zenzen Suki Janain Dakara (basado en un cómic para adultos) no sea vuelto a emitir. El nombre de la serie Tokio Magnitude 8.0 habla por sí solo acerca de los motivos de su exclusión del aire. El videojuego Root Double, basado en la película Never 7: the end of infinity, que parte de un accidente en un reactor nuclear, será distribuido pero no publicitado.

Esta rama de la ficción que podría denominarse, más que posapocalíptica, posnuclear, es una tendencia fuerte de la cultura pop japonesa que surgió luego de la Segunda Guerra Mundial. Su emblema es Godzilla (1954), la creación de Ishiro Honda que conoció múltiples secuelas y que fundó un subgénero cinematográfico, la película japonesa de monstruos. Los largos protagonizados por Godzilla, Mothra, Gamera y demás bichos gigantes eran una pobre elaboración del trauma -si es que un término tan asociado al occidentalísimo freudismo es útil para describir lo ocurrido en una cultura de la complejidad de la japonesa- ocasionado por los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, y su secuencia narrativa “exposición a radiactividad-surgimiento de superpoderes” inspiró a centenas de creaciones igualmente burdas, como el cómic estadounidense El Increíble Hulk.

Habría que esperar a 1973 para que un cómic hablara abiertamente de las atrocidades del ataque nuclear que Estados Unidos le infligió a Japón en 1945. Gen pies descalzos es la autobiografía de Keiji Nazakawa, sobreviviente del bombardeo ocurrido en Hiroshima. Precursor (en principio ninguneado) de la historieta Maus (en la que Art Spiegelman describe lo ocurrido en los campos de concentración alemanes), Nazakawa no sólo inauguró el cómic-denuncia, sino que logró uno de los más potentes y crudos relatos antibélicos de todos los tiempos. Gen pies descalzos fue llevado al cine en 1983, y la embajada japonesa tuvo la buena idea de exhibirlo en Montevideo al conmemorarse los 60 años de las masacres de Hiroshima y Nagasaki.

Pero cabría pensar en una tercera vertiente del pop nuclear japonés (o en una cuarta, si se toma al ecologismo de Miyasaki, con su Pricesa Mononoke a la cabeza, como una reacción al programa atómico nipón) mucho más ambigua y, en apariencia, inocente. Es Astroboy (cómic en 1952, serie televisiva a partir de 1963) el primer relato popular que pregona indirectamente las bondades de la energía atómica. Especie de Pinocho ponja, la traducción literal de la creación de Osamu Tezuka (equivalente, por su posición en la industria, a Walt Disney) sería “poderoso brazo atómico” y es protagonizada por un niño-robot que se mueve gracias a una pila nuclear. Su éxito fue absoluto en Japón, donde se filmaron 193 episodios, y también fuera de la isla: se convirtió en la punta de lanza del predominio en el mundo del entretenimiento de la animación nipona dirigida a niños, que desde los 60 forma las cabezas de cientos de millones de pequeños teleespectadores.

Tokio Joe

Es extendida la creencia de que los bombardeos atómicos, sumados a la milenaria cultura de la catástrofe (ahí está la estampa La gran ola de Kanakawa, creada por Hokusai en 1830, como representante de toda una tradición) fueron los generadores del sesgo posapocalíptico de la ficción japonesa. Es la tesis, por ejemplo, del notorio artista contemporáneo Takashi Murakami, quien en 2005 publicó el ensayo Little Boy: The Arts of Japan’s Exploding Subculture como texto para una muestra colectiva. “Little boy” no sólo quiere decir “niño pequeño” (como Astroboy y compañía), sino que también es el nombre con el que los militares estadounidenses bautizaron a la bomba que dejaron caer sobre Hiroshima. Además, si se atiende a las fechas de publicación de estas ficciones ya históricas, se verá que se concentran en la década que siguió a los ataques nucleares.

Sin embargo, la conexión no es tan lineal. Un recomendable artículo de John Allemang publicado por The Globe and Mail traza la historia de la energía nuclear en Japón, buscando explicar por qué se la adoptó justamente en un país que había padecido de forma cabal sus letales consecuencias negativas. El primer dato impactante es que mientras duró la ocupación estadounidense (de 1945 a 1952) estuvo prohibido hablar de los bombardeos atómicos. El segundo es que, antes de dejar el gobierno de la isla, los norteamericanos sentaron las bases para la construcción de las primeras centrales nucleares. El tercero, que las elites locales que promovían la energía nuclear jamás tuvieron la necesidad de debatir públicamente su conveniencia. El cuarto, que recién en 1973, cuando la primera crisis del petróleo, se hace una campaña promoviendo, mediante la apelación a sentimientos nacionalistas, las bondades de la energía nuclear (a saber, su limpieza, su seguridad y, sobre todo, la independencia energética que le proporcionaría a un país que lo había apostado todo a la industrialización vertiginosa).

La discusión sobre la conveniencia de la energía nuclear aparece así en la década de 1970, al igual que el revisionismo duro de lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. La ficción que la celebraba, entonces, precede al debate.

Fukushima 50

Otra de las ficciones posnucleres que debieron suspender su publicación momentáneamente es Coppelion. Para entender por qué: la primera entrega de la historieta y serie televisiva, aparecida en 2009, mostraba a tres colegialas (vistiendo rigurosas polleras tableadas, como manda una extraña fijación nipona) entrando a una Tokio devastada hace años por un accidente nuclear causado por un tsunami. Pero hay más: en ese futuro cercano (2036), las chicas se mueven sin necesidad de usar trajes que las protejan de la altísima radiactividad. De a poco se comprende la razón: fueron diseñadas genéticamente para resistir la contaminación atómica.

Podría decirse que algo parecido es lo que han venido haciendo (haciéndonos) las ficciones japonesas posnucleares sobre este tema al volver la catástrofe un evento familiar, repetido, posible. Sin la menor intención de faltarles el respeto a los miles de muertos que viene causando la actual tragedia japonesa, se podría aventurar cuánto de los valores y conceptos que transmiten estos relatos -además de la honorabilidad y el sentido de responsabilidad nipón, tan mentado en estos días- hay detrás de la conducta indiscutiblemente heroica de “los 50 de Fukushima”, como se conoce al grupo de técnicos (en realidad, más numeroso) que permanece actualmente en el complejo de reactores nucleares intentando contener la expansión del desastre.

Si el hombre que se sacrifica por el bien común es un patrimonio común de la civilización humana, el siglo pasado fue testigo de la aparición de un nuevo mito, el del mutante. Mejor y más resueltamente que Osamu Tezuka, fue el escritor estadounidense Wilmar Hiras quien planteó la variante posnuclear de este mito en Los hijos del átomo. La novela, de aparición casi simultánea a la de Astroboy (1953), se centra en una generación de chicos superdotados intelectualmente; todo se lo deben al hecho de que sus padres eran obreros de plantas nucleares, expuestos diariamente a la contaminación radiactiva. Lo que para los padres fue una enfermedad se transmite como un don para los hijos: toda una idea.


jueves, 3 de febrero de 2011

Inherent Vice, ilegal (II)


Seguimos con la traducción de este anormal, cada vez más rioplatense.

Aclaración: un Vibrasonic no es un dildo con mp3, sino un aparatito que se conectaba a la radio para darle reverb. Cosa de amantes de la surf music.

Esto aparece en el capítulo 5.

En la Autopista de la Costa, más o menos a medio camino de la mansión Wolfmann, apareció en la estación KRLA de Pasadena el cover que hizo la Bonzo Dog Band de "Bang Bang", y Doc mangueó el Vibrasonic. A medida que se metía entre los cerros la sintonía empezó a debilitarse, por lo que manejaba más despacio, pero finalmente perdió la señal.

domingo, 30 de enero de 2011

Inherent Vice, ilegal

Arena, como hacía tiempo que no, y libros, como hace tiempo que sí. Cayeron los cuentos de Junot Díaz (buenísimos, a la altura retroactiva de Oscar Wao, fea traducción ibérica), el Cuaderno cubano de Benedetti (laburo, pero también placer), El club político de Germán Rama (ídem), Coca y Tierra en la boca de Martínez Moreno (qué tipo interesante), Fabril de Horacio Cavallo (un viaje al pasado), Nadie recuerda a Mlejnas de Ramiro Sanchiz (una linda tomada de pelo a varios asuntos rioplatenses), Para esta noche del gran Juan Carlos (que mejora en cada relectura) y, sobre todo, Inherent Vice, del inmenso Thomas Pynchon.


Inherent Vice es rara, pero sin dudas es la novela más accesible de TP. Es decir, si la idea es recomendar acercarse por lo más simple, P no tiene novela más lineal que esta. Empezando por que se trata de un policial. Claro que el detective es un fumeta perdido, que tiene lagunas y desmayos varios, además de alucinaciones y trastornos producidos por drogas menos naturales que el faso. Pero la idea acá no es contar la historia, sino traducir impunemente algunos pasajes que se me antojan de lo más poético de P, por decirle de alguna manera a esas frases donde une imaginería rutera con percepciones existenciales, observación del entorno y análisis histórico, pop y paisaje, alta y baja, surf y sonido, que tan bien se le daban en Vineland, mi novela favorita de Pynch, que ahora tiene una competidora no en calidad, pero sí en simpatía.

Así que sin más, por estos días planeo traer al español algunos tramitos de Inherent Vice, que no sé como se terminará llamándose en este idioma, ya que "inherent vice" es (además de lo obvio) una figura legal que no sé si equivale a "vicio inherente", y no tengo ganas de averiguarlo porque la jerga legal es desagradable y porque de todos modos ya vendrá algún catalán extra brut a ponerle un título horrible.

Una más: Doc Sportello, protagonista de Inherent Vice, es primo literario de The Dude, héroe de Big Lebowski; entre las familias de Pynchon y los Coen hay genes repetidos.

Bueno, así arranca el capítulo dos. En algún momento de 1970 (pero después de los asesinatos del Clan Manson), Los Angeles, EEUU:

Doc se metió en la autopista de salida. Los carriles más al este hervían de kombis Volkswagen pintadas con arabescos nerviosos, Chrystlers V8 en ablande, woodies con carrocería de auténtico pino Dearborn, Porsches manejados por estrellas de TV, Cadillacs acarreando dentistas a encuentros extramatrimoniales, camionetas sin ventanas por afuera y dramas adolescentes morbosos adentro, pickups con colchones llenos de primos del campo venidos del valle de San Joaquín, todos rodando juntos hacia esos grandes campos sin horizonte edilicio, bajo los cables de alta tensión, las radios de todo el mundo concentradas en el mismo par de estaciones AM, bajo un cielo de leche aguada y el bombardeo blanco de un sol convertido por el smog en apenas una mancha de probabilidad, fuera de cuya luz uno empezaba a preguntarse si algo de lo que llamamos psicodélico podría haber pasado en verdad o si -¡qué bajón!- en realidad todo este tiempo había estado ocurriendo más al norte.

miércoles, 5 de enero de 2011

Ucronías a mí



Retomo colgando un articulito sobre PK Dick y ucronías. Acá y haciendo click en la imagen, el PDF original, que quedó muy lindo. Abajo, la versión en texto.

Sobre la ucronía: en los últimos días del año 2010 anduve felizmente enredado con un ejercicio de producción de historia contrafáctica, esa modalidad de investigación que tiene un poco que ver con algunas ramas de la ficción. Algo de ese interés personal -que finalmente me llevó a involucrar a cuatro pensadores del calibre de José Rilla, Carlos Demasi, Aldo Marchesi y Roberto Appratto- se perfilaba en esta nota de 2007.

Va texto.

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Hay otros tiempos, pero están en este: Philip K Dick y la historia alternativa


“¿Qué habría pasado si...?” es una pregunta más que antigua. Se la siguen haciendo no sólo hinchas desesperados, sino también historiadores rigurosos y, por supuesto, escritores imaginativos. PK Dick fue uno de éstos, y durante mucho tiempo fue considerado el creador de la más impactante novela ucrónica o alohistórica, esto es, de una historia que transcurre en un mundo como el nuestro pero donde los acontecimientos globales tomaron un giro inesperado. Se trataba de El hombre en el castillo, un relato ambientado en un planeta Tierra donde los alemanes y los japoneses habían ganado la Segunda Guerra Mundial.

El hombre en el castillo (The Man in the High Castle) fue publicada en 1962 y al año siguiente fue la ganadora del premio Hugo, lo que convirtió a Dick en un nombre establecido de la ciencia ficción. En el universo de la novela, Franklin D Roosevelt ha sido asesinado en 1933 (antes de asumir su primera presidencia de los EEUU), lo que lleva a que las potencias del Eje triunfen sobre los Aliados. La historia sigue el destino de varias personas que viven en la costa oeste norteamericana (ocupada por Japón), en la costa este (ocupada por Alemania) y en los estados montañosos del centro del país, (que conservan una relativa independencia).

En ese esquema, podemos ver cómo los japoneses son atrapados por la cultura indígena norteamericana (lo que, de alguna manera, implica que el contacto EEUU-Asia era inevitable, no importa dónde y cómo, y que nadie podría salvarnos de la religiosidad new age). Los alemanes, por su parte, se han desembarazado de Hitler, y han devenido un pueblo de duros tecnócratas (comodiría Berugo: “Alcoyana-Alcoyana”), mientras que los norteamericanos siguen siendo buenos y, sobre todo, curiosos: la aventura es disparada por la búsqueda del autor de un misterioso libro del que hablaremos más adelante.


Digresión temporal
Por varios años, El hombre en el castillo fue considerada la obra sobre resultados alternativos de la Segunda Guerra Mundial. No era la primera -hay especulaciones en ese sentido anteriores a la propia guerra (como La noche de la esvática, escrita en 1937 por Katharine Buderkin) y también posteriores a ella (El cuerno de caza, del diplomático inglés John W Wall, es de 1952)- ni tampoco sería la última.

La Segunda Guerra Mundial ha sido el principal acontecimiento histórico del siglo XX -por lo menos para la ficción- y, dentro del campo de literatura ucrónica, constituye sin duda la subcategoría más importante. En el desaparecido sitio web www.ucronia.net se listaban 2800 relatos pertenecientes al género, y de ellos, más de un tercio son fantasías sobre otros resultados para la Segunda Guerra.

Tal vez la más exitosa de esas novelas sea Fatherland (1992), de Robert Harris, que fue convertida en película en 1994. Allí los EEUU no han intervenido en la guerra, por lo que Alemania es dueña de Europa y combate, ya en los 60, con una disminuida Rusia. Los protagonistas de la historia son un detective alemán y una periodista norteamericana que, por sus respectivos móviles profesionales, terminan descubriendo la existencia de viejos campos de concentración. Hacia el final se sugiereque el III Reich se derrumbará, pero no por motivos militares, sino por el peso de la opinión pública que condenará los crímenes de la Solución Final.

Otra novela que se instala de manera detectivesca en una Europa ocupada por los nazis (gracias a una tregua prolongada con los soviéticos) es SS-GB (1978), de Len Deighton. Si bien la historia es un policial clásico que tiene a Londres en los 40 como escenario, el nivel de detalle y las múltiples implicancias de los cambios entre la historia real y la alternativa se convierten en lo más atrapante del libro. Y también de buena parte del género: son las pequeñas diferencias, y más aún, las coincidencias entre esas ficciones y el mundo real lo que provoca la imprescindible sensación de extrañamiento en los lectores.

The Ultimate Solution (La solución final, 1973), de Eric Norden, plantea una trama similar a la de SS-GB, pero ambientada en una Nueva York más parecida a la sociedad clasista que pintó Aldous Huxley en Un mundo feliz. En cambio El sueño de hierro (1972), de Norman Spinrad, introduce variantes históricas más complicadas, y es claramente deudora de Dick en cuanto al manejo de la metaficción (y, concretamente, al de “libros dentro de libros”). En la novela, Hitler no se convierte en un líder político, sino que al final de la Primera Guerra Mundial emigra a los EEUU donde prosigue su carrera artística, aunque como ilustrador y autor de ciencia ficción, llegando a escribir una novela, Amo de la esvástica, que gana el premio Hugo. Amo de la esvástica relata cómo sería el mundo si los nazis hubieran triunfado.

Además de la autorreferencia y la guiñada a Dick, Spinrad da una pista sobre algunos de los motivos que impulsan a escritores, y a veces a políticos, a animarse con este tipo de ficciones. Por ejemplo, al conservador norteamericano Newt Gingrich, quien en 1995 (cuando todavía tenía cierto peso mediático) escribió 1945, una novela donde los EEUU no pelean contra Alemania, sino sólo contra Japón.

Un poco de respeto
Pero no sólo escritores marginales -aceptémoslo- y políticos oscuros entretienen con sus ganas de rehacer la historia. También autores laureados como Philip Roth o dramaturgos como Noel Coward exhibieron sus temores sociales. La conspiración contra América (2005), del primero, cuenta qué habría pasado si los EEUU se hubieran vuelto pronazis en los años 30, mientras que la pieza del segundo, Paz en nuestro tiempo (1947), explora las actitudes de los ingleses ante una temporal ocupación alemana. El mismísimo Vladimir Nabokov -ya fuera, pero no tanto, del escenario de la Segunda Guerra- situó su novela Ada (1969) en un universo alternativo donde los rusos han colonizado parte de América del Norte desde hace siglos.

Además, no sólo los escritores se han dedicado a explorar estos temas. La investigación histórica contrafáctica tuvo cierto auge a principios del siglo XX, y, luego de un período en que padeció un comprensible desdén académico, fue reinstalada en los años 90, en parte gracias al trabajo del historiador Geoffrey Hawthorn Mundos Plausibles,mundos alternativos. Allí, a través de tres ejemplos concretos (las plagas de la Edad Media en Europa, la guerra de Corea y la influencia del pintor prerrenacentista conocido como Duccio), se propone una teoría para los estudios históricos alternativos.

A diferencia de la ficción, que se instala en los mundos paralelos, la historia intenta explicarlos. A la respetabilidad de esta corriente historiográfica ha contribuido el cambio de encare: ahora se evitan las reducciones biográficas y se jerarquiza el análisis de procesos.

Final abiertísimo
Es momento de justificar la importancia de El hombre en el castillo: el final de la novela es uno de los acontecimientos fundamentales del posmodernismo artístico.

En las últimas páginas, Juliana Frink, devenida protagonista, encuentra finalmente a Hawthorne Abendsen, autor del enigmático texto La langosta se ha posado. El libro es un bestseller clandestino, porque cuenta la historia de un mundo donde los alemanes y los japoneses no ganaron la guerra. Juliana le pregunta a Hawthorne cómo y por qué lo escribió y el escritor intenta ocultar que lo hizo recurriendo a otro libro, el I-Ching. Luego resulta que es el propio I-Ching quien ha creado La langosta se ha posado. Juliana interroga entonces al I-Ching mediante el procedimiento de arrojar monedas. El I-Ching responde que ese mundo en el que Eje perdió la guerra es el verdadero.

Es difícil no compartir el vértigo que sienten los personajes cuando comprenden que viven en un mundo falso, o sea, de ficción. De manera similar a la mirada a cámara de Belmondo en la película de Godard Sin aliento (1959), aparece un ente ficticio que increpa directamente al espectador o lector. Pero en El hombre del castillo hay algo más: después de leer que la verdad está en un libro que fue diseñado por otro libro, es un acto de fe seguir creyendo que vivimos en el mejor de los mundos posibles, como sostenía Leibniz.

El truco final de Dick tiene un antecedente insólito: un ensayo de historia contrafáctica firmado por Winston Churchill. Al ex primer ministro inglés le habían pedido una contribución para el trabajo colectivo sobre especulación histórica If it had Happened Otherwise (Si hubiera ocurrido de otro modo, 1931) y el resultado fue “Qué hubiera pasado si Lee no hubiera triunfado en la batalla de Gettysburg”. Vale aclarar que en nuestro universo, el general Lee perdió en ese enfrentamiento decisivo para el resultado de la Guerra Civil norteamericana (que es el segundo tema más abordado en la ficción ucrónica). Churchill juega así con la perspectiva adoptando la posición de un observador de un mundo alternativo que analiza otro mundo parecido al nuestro. Por supuesto, se trataba de una maniobra para matizar lúdicamente duras opiniones sobre la situación de su época. Algo que generalmente le sale mejor a los escritores que a los políticos.