A mí me gustó Birdman, a
pesar del choto de Keaton, porque me parece que es una película
transgénero (parece realista y en realidad es fantástica). Y
me dan
gracia los que se ofenden por el diálogo con la crítica de teatro,
ese en el que la veterana queda como una esnob cerrada porque admite
que formó su juicio antes de ver la obra. Yo creo que es el momento
de mayor sinceridad de la película, mucho más que la
escenita en la que Edward
Norton confiesa que histeriquea a la rubia por deporte. ¿Quién no
se ha guiado por un prejuicio antes leer un libro, ver una puesta de
teatro, mirar una peli, escuchar un disco? A veces cambiamos de
opinión, sí, después de enfrentarnos a la obra en sí. Pero la
mayoría de las veces, no. Porque directamente, no nos enfrentamos a
ella. Ya sabemos que va a ser mala: por quién la dirige, por su
género, por el circuito en que se presenta. La
señora crítica simplemente se lo dice en la cara al outsider que
quiere destacarse en un ámbito selecto en base a plata: no voy a ver
su obra porque usted es un terraja. Y, aunque pueda equivocarse, esta
vez tiene razón: la versión de Carver que dirije Birdman es una
cagada. Como todos esos discos de cumbia que no voy a escuchar,
calculo. Como todas esas series sobre detectives o mafiosos. Como
todas esas novelas de señoras felices o infelices.
¿Qué pasa? ¿Está mal tener prejuicios si uno es crítico? Son de las pocas cosas que nos sostienen. Se podrá luchar contra ellos, si hay ganas y si sirve. Pero negarlos es infantil, equivocado y deshonesto. Y además, no hay tiempo para ver todo.
domingo, 22 de febrero de 2015
domingo, 8 de febrero de 2015
¿Quién quiere a un nerd?
El 4 de diciembre de 2008, cuando la diaria todavía no estaba online, publiqué estos comentarios sobre La maravillosa vida breve de Oscar Wao. Como ahora me puse a leer This is how you lose her, gran colección de cuentos que Junot Díaz publicó el año pasado, recuperé aquel textito.
***
Si uno leyó a Stan Lee, mejor. Si no, no importa; probablemente algunas metáforas parezcan producto de la imaginación desbocada de Díaz –cuando en realidad comparan imágenes muy precisas-, pero el sentido general permanecerá. Ahora, si uno tampoco está familiarizado con la saga de El señor de los anillos ni conoce algunos rudimentos de los juegos de rol, tal vez se distraiga un poco leyendo esta novela. Porque se trata de la vida de un nerd que vive entre cómics, libros de Tolkien y cartas mágicas, y está contada por alguien muy, muy cercano a él.
Como
casi todos los nerds, Óscar Wao no nació destinado a serlo. Es
difícil precisar qué lo apartó de la vida de galán dominicano a
la que parecía encaminado en su primera infancia: si un temprano
fracaso romántico, si la afición al aislamiento que impone la
lectura, si su creciente tendencia a acumular grasa corporal. O, si
como creen todos los implicados en el asunto, todo se debe al fukú,
una especie de maldición americana que esperaba a Colón en las
primeras islas que descubre (hoy República Dominicana) y que se pega
con especial maldad a los Cabral, la familia de Óscar (Wao, veremos,
no es su verdadero apellido).
La
novela es, en una parte, la historia de esa familia: la del pobre
Óscar, infeliz indaptado para las relaciones de pareja, la de su
madre, que debe abandonar Dominicana por New Jersey, la de su
hermana, que alterna entre EEUU y la isla, la de su abuela adoptiva,
verdadera matriarca que sostiene a la familia, y la de su abuelo
real, un médico intelectual destruido por la dictadura de Trujillo.
Pero también es la historia de la República Dominicana, anotada concienzudamente en abundantes, eruditas, divertidas y a la
vez sombrías notas al pie. De hecho, puede decirse que La
maravillosa...
tiene dos líneas principales, una más tradicional, contada en el
cuerpo de la novela, y otra ensayística, acometida en las notas al
pie.
Por
este lado, es claro ver la vinculación de Díaz con esa tradición
norteamericana (o anglo) de escritura enciclopédica, aluvional y
estilísticamente bienhumorada que encarna tan bien Thomas Pynchon (y
que comienza tres siglos antes alrededor del irlandés Laurence
Sterne), pero, aunque la referencia inmediata al “abuso de la letra
chica” es el recientemente fallecido David Foster Wallace (fijarse
en La broma infinita), la “patente” del procedimiento está
escrita en una novela (Pálido
fuego)
de otro inmigrante en EEUU, el ruso Vladimir Nabokov.
La
explotación de las notas al pie, sin embargo, es el menos
inquietante de los recursos que comparten las novelas de Díaz y
Nabokov. Está el tema del narrador. Por ejemplo, en Pnin,
del ruso, descubrimos de a poco que la vida de un triste profesor
inmigrante es relatada por su archienemigo, un exitoso profesor
inmigrante (muy parecido a Nabokov). En La maravillosa vida de Óscar
Wao el que nos habla es, igual que Óscar, un escritor de ciencia
ficción de origen dominicano al que sin embargo le ha ido bien en la
profesión y en el amor. ¿Es la voz de Junot Díaz? En todo caso,
es la de Yunior, personaje que protagonizaba su anterior obra, una
colección de cuentos titulada, según el lugar de publicación en
español, El
ahogado,
Los
Boys
o Negocios
(en inglés es unívoco: Drown).
El rey del spanglish
Drown
llamó la atención de la crítica norteamericana, entre otras cosas,
por su uso del idioma. Para el académico Ilan Stavans, los libros
de Díaz son la cumbre de la literatura en spanglish, sea lo que sea
esta combinación de inglés y español. Pero, aunque el estatus del
spanglish a nivel idimático es discutible (si su sintaxis es la del
inglés y solo se trata de agregarle sustantivos y calcar algunas
estructuras del español, entonces es difícil hablar de una lengua), es innegable
el ascenso de una literatura de raíz hispana en los EEUU.
El
mérito de Junot Díaz es haber llevado esa voluntad de expresar los
orígenes lingüísticos a la literatura mainstream. El tex-mex
experimental de Gloria Anzaldúa (1942-2004) y su Borderlands/
En la frontera
encarna (1987) encarna muy bien ese esfuerzo por insertar a la
cultura latina en los EEUU, pero tenía las limitaciones del
activismo que defiende a una minoría sexual (lésbica, en su caso) o
étnica. Del otro lado, la dominicana Julia Álvarez representa un
movimiento opuesto, consistente en reelaborar la literatura femenina
de denominador común tipo Marcela Serrano o Isabel Allende desde
dentro de EEUU, con un éxito comercial atendible, pero carente de metas
artísticas.
Los
cuentos y la novela de Díaz no tienen recorto
y pego
idomático, como los de Anzaldúa, sino que están escritos en
inglés; un inglés de ritmo juguetón y giros particulares –que la
traducción reproduce a la perfección-, pero que confía en que
quien no domine la jerga de los dominicanos en EEUU podrá de todos
modos ir entendiéndola por contexto. Pequeño ejemplo: pasada la
mitad de la novela, se relata un episodio donde queda claro que el
nombre “Wao” es una transliteración (Yunior le dice a su amigo que "Oscar" le parece tan
extravagante como "Wilde", otros dominicados menos educados lo
escuchan pronunciar ese apellido, hacen la conversión a spanglish y le adosan el nombrete al protagonista). De alguna
manera –y desde la costa opuesta de los EEUU, ya que Díaz trabaja
en Nueva York-, el dominicano está conectado con los hermanos Jaime
y Gilberto Hernández, creadores de la revista Love
and Rockets,
una obra mayor del cómic de los 80 y 90, y un pico de la integración literaria mexico-californiana.
Entre
Tolkien y García Márquez
La
novela de Díaz no dialoga solamente con la literatura norteamericana
o con la de su país (de paso: Julia Álvarez, por En
el tiempo de las mariposas,
al igual que Vargas Llosa, por La
fiesta del chivo,
son castigados en las mencionadas notas al pie por su simplificación de
episodios de la historia dominicana). Es imposible no ver a García
Márquez en el horizonte fantástico que plantea Díaz, pero sobre
todo está esa afición a la genealogía (que el colombiano tomó de
un norteamericano, Faulkner, y que este tomó de un francés, Balzac)
unida a la idea de maldición familiar que es el centro de Cien años
de soledad. Y hay más García Márquez, porque, desde el título,
igual que en Crónica
de una muerte anunciada,
sabemos que la vida de Oscar es “breve” (ver a La
vida breve
de Onetti acá sería exagerado): debidamente, Díaz cuenta el
previsible, final del personaje, que, de firna más o menos consciente
–tiene tendencias suicidas- regresa para morir a la patria de sus
padres.
Y,
si hablamos de Sterne y Tristam
Shandy,
no se puede dejar de mencionar al Quijote. El humor para titular los
capítulos, las referencias sorpresivas al lector, las confesiones
metanarrativas (en una nota al pie se aclara que se adelantó el año
de surgimiento del baile del perrito por motivos estéticos), la gran
mezcla de cultura popular y alta cultura (o historia pura y dura, en
este caso) son superaciones suavizadas de lo que hacían los
escritores posmodernos norteamericanos en los 60, pero en muchos
casos, se trata de estrategias que ya había ensayado Cervantes.
Ignatius J Reilly tenia razón
Lo
nerd es un repliegue de la cultura sobre sí misma, en el mismo
sentido que el heavy metal es la fijación infantil en lo más
rockero del rock. Infantil, de todos modos, no es sinónimo de
autista. La novela de Díaz rescata la subcultura nerd –que con
sus múltiples variantes ha engendrado miles de individuos
socialmente exitosos- en dos movimientos. Uno ya se mencionó y es
técnico: las referencias a las historietas, a la literatura y al cine
de ciencia ficción y fantasía son usadas “desde adentro”, es
decir, se exige un dominio de sus códigos, aunque sea parcial, por
parte del lector.
El
otro movimiento es temático. Lo que propone Díaz, al decribir a un
rey de los nerds dominicano radicado en EEUU, es una trasversalidad
que supera la división latino - anglo. Óscar Wao no sólo es de hijo
de inmigrantes, sino que vive en un suburbio de Nueva Jersey, a su
vez periferia cultural de Nueva York; como nerd de los 70, es una
especie de marginal, pero a la vez, al plegarse a una subcultura que
no es tan cerrada como puede pensarse (existen los camaradas) pasa a
integrar un universo donde lo determinado por el origen social no es
limitante. Se puede ser nerd en Manhattan, en un suburbio de New
Jersey (o de New Orleans: La
conspiración de los necios),
en una aldea colombiana o un barrio de Montevideo, y las maravillas
de internet no han hecho sino aumentar las posibilidades de conexión.
Desde este punto de vista, lo que hace Díaz es integrador de una manera original: une a las tradiciones anglo y latina no sólo a través del idioma y la literaturra, sino atravesándolas con la representación de un grupo cultural que relega a un lugar secundario los aspectos históricos de la identidad.
Desde este punto de vista, lo que hace Díaz es integrador de una manera original: une a las tradiciones anglo y latina no sólo a través del idioma y la literaturra, sino atravesándolas con la representación de un grupo cultural que relega a un lugar secundario los aspectos históricos de la identidad.
La fórmula americana
La
maravillosa vida breve de Óscar Wao
llega gracias a que ganó el Pulitzer. A
su autor, nacido en Santo Domingo en 1968, le llevó doce años
escribir la novela, y sería inocente no advertir que de alguna
manera es un relato escrito para ganar un premio. Pero a no olvidar
que fue otro premio el que le dio visibilidad al que es considerado
el último gran autor latinoamericano: Los
detectives salvajes
ganó el Rómulo Gallegos en 1999. Puede discutirse si la épica de
Díaz es más modesta que la de Roberto Bolaño, pero también hay
que tener en cuenta que el chileno no fue un fenómeno instantáneo.
A
este respecto, una última observación. La novela de Díaz, -escrita
en inglés por un autor bilingüe pero traducida al español por un
tercero- nos llega a través de un sello asociado a la editorial
Sudamericana, la colección Mondadori, que está publicando a lo
mejor de la literatura joven norteamericana partir de su absorción
por la multinacional Random House. Una de las lecciones que dejó el
fenómeno del boom es que la desconfianza en las grandes maniobras
comerciales no debe trasladarse automáticamenete a las obras que
vehiculizan. Justamente, Sudamericana fue la editorial que en 1967
(entonces desde Buenos Aires) difundió por todo el continente esa
novela made in Colombia llamada Cien
años de soledad.
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