martes, 29 de octubre de 2013

Mi vida con Lou Reed

El año en que salió Mistrial hicieron una nota sobre él en El Día Pop (un suplemento postbatllista para liceales). Ahí se me condensó Lou, al que hasta entonces había visto disperso en videos de otros. En la foto de la nota aparecía el tipo sentado en un murito, con el pelo corto y afroide parecido al mío, con vaqueros, botas y campera de cuero. "Es por acá", me dije, junto al punk que hacía un tiempo llevaba adentro, aburrido de los sobretodos de otro talle.
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Un año después a Alfonso Carbone se le ocurrió pasar entero el Live at Max's Kansas City, de la Velvet. Lo grabé y gasté el cassette de tanto darle. No está John Cale, pero hasta hoy es mi disco favorito de la banda. Me hace acordar a una novia que duró poco. "I'll be your mirror", cantaba yo.
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Al tiempo salió New York. Compré el disco (de pasta) en el Chuy, en uno de los peregrinajes alcohólico-textiles que repetíamos con mi novia de entonces. Ahora lo escuchaba con ella, que era medio jazzera. No lee blogs.
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En 1997 Lou vino a Buenos Aires. Lo vimos con Gonzalo dos veces: una vez por cada revista (él por PosData, yo por Tres, donde mi editor era Escanlar) y luego cada cual se pagó otra entrada. Cuando apareció, fue un shock: me paré en cuanto tocó el escenario, pero los asistentes me invitaron a volver al cómodo asiento (entre ellos estaba Juan Di Natale, el que salía en CQC). Caminando por 9 de Julio con mi amigo Álvaro me encontré con el bajista de la banda (fácil: hay pocos afroargentinos), Fernando Saunders, y le dimos la mano. Más tarde, en el apartamento de una chica descubrí, entre otras cosas, que los gatos desatan mi alergia asmática.
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En 2001 o 2002 estuvo en el Teatro de Verano. No me gustaba el disco que traía, pero para mí algunos recitales son lo más parecido a actos políticos: hay que sumar. Fui y me enojé porque a pesar de la lluvia el tipo insistió con su set, que evitaba minuciosamente cada hit que nos podría haber ayudado a espantar el frío húmedo. Pero mi nuevo cuñado estaba tan feliz que fumaba sus cigarros especiales, unos que saca cada cinco o seis años, parece. Ésa fue la última vez que ví a Lou. Diego, por suerte, sigue siendo mi cuñado.